E iremos viendo...

miércoles, 13 de agosto de 2014

Zion Park. Donde se creo el mundo.

Como os comentaba en la entrada anterior,  no he querido adelantar acontecimientos, ya que este día ha sido uno de la mejores vividos en este viaje.

Cada cosa ha tenido su encanto.
Cruzar el Golden Gait.
Volver a visitar, aunque sea un poquito, New York.
Conocer San Francisco y poder correr por sus calles.

Como digo, todo tiene su encanto, pero lo de hoy ha sido algo que no podré olvidar nunca.

Nos hemos levantado a las siete y a las ocho y media ya estábamos en el parque.
Hemos estacionado y hemos cojido un bus que nos ha subido hasta la parte más alta del parque. Allí comenzaba un recorrido de ocho horas caminando, pero que con solo tres horas y media,  nos ha dejado tan fascinados, que ha llegado un momento que hemos decidido volvernos, por la hora que era y por que ya no podíamos ver nada más de lo bonito que era todo, pero que con ganas de seguir si que me he quedado.

Imaginar que empezáis a caminar por un sendero, y que veinte minutos después se acaba en un río de poca profundidad, donde la gente se descalza o se cambia de calzado y empieza a caminar por dentro del río cruzandolo hacia el otro lado.

Ni cortos ni perezosos hicimos lo mismo. Deportivas a la mochila y descalzos nos ponemos a caminar río arriba.
A parte del dolor de pies con las piedras, veíamos que nos íbamos introduciendo entre las montañas.  El agua no estaba fría y la mañana despuntaba fresca.

Después de cuarenta y cinco minutos  clavandome piedras y de evitar romperme un dedo del pie, y viendo que quello cada vez iba más hacia dentro, yo me dije, calzate las deportivas y tira para alante.
Así que hay me veis con mis Nike nuevas de cordones amarillos fósforitos, que mira que son bonitas, y metiéndome río adentro.

Y a partir de ahí ya es donde nació el mundo.

Grandes montañas, de paredes gigantescas y que habían sido ondonadas por el agua durante miles de años.
Paredes con toda la paleta del color rojo, marrones y negras, que se mezclaban entre sí, creando unos colores tan bonitos, que no sabíamos hacia donde mirar.

Yo me imaginaba como si la Madre naturaleza pariera allí mismo. Como sus montañas se abren y se separan para crear la vida, salpicandolo todo de esos colores.

Caminar durante tres horas dentro del agua, evitando en algunos tramos no caerte, o evitando no meterte de golpe en alguna poza donde el agua podría llegarte como mucho hasta la cintura, dejándote eso sí mojado, pero nada más.
Tramos en los que el agua te llegaba por los tobillos o a las rodillas, pero que en todo momento veías el fondo de lo clara y limpia que bajaba el agua.

Y todo rodeado de una majestuosidad espectacular de montañas y naturaleza.

Un caminar entre esas montañas que cada vez se estrechaban más y que dejaban solo a la vista una ranura por la cual poder ver el cielo.
O el poder acércate a las paredes y acariciar el pulido que el agua había estado haciendo durante años, creando a su vez distintas formas, huecos y curvas labradas o excavadas en la roca.

A la vez veía la fuerza que el agua puede tener en sus momentos de mayor  impetuidad, y que había arrastrado árboles dejándolos atrapados a los márgenes del cañón. O como grandes trozos de la montaña se habían desprendido quedando como pequeñas islas en medio y todo rodeado de cantos de rio de formar redondeadas y muy pulidas, que a veces eran pequeñas trampas al pisar.

Serian las doce y media cuando decidimos volver, ya que además empezaba a llover, pero reconozco que no me importaba para nada mojarme. Mirar hacia arriba y ver como se colabas el agua por el espacio que quedaba entre las dos montañas, o el ver las gotas caer en el río era un regalo para los ojos, y claro, tanto mirar hacia arriba, que no vi dónde pisaba, y una de esos cantos de río pulidos fue el responsable que cayera de culo en el agua, pero como llevaba la mochila a la espalda con la cámara ya sin batería y no quería que se mojara, rápidamente me di la vuelta, y ahora,  ya no estaba mojado solo por detras, sino que también por delante, y por arriba de la lluvia, y por abajo por el río, osea,  mojado entero.
Lo dicho, no me importaba, estaba feliz y pletórico de ver esta maravilla.

La verdad que muy poca gente había llegado hasta donde nosotros. Estábamos solos. Nos podíamos cruzar con alguien cada diez o quince min. Así que nos dimos media vuelta y des andamos lo que habíamos recorrido en tres horas y algo. Fue divertido para mi ver como cada uno vive las experiencias. Mi amigo Javi preocupado por que se iba a resfriar. La gente con la que nos cruzamos después, todos o casi todos cubiertos con chubasqueros y  resguardandose de la lluvia metiéndose debajo de las rocas o de árboles, recordándome a los orangutanes que hacen lo mismo cuando llueve, y yo, empapado de arriba a abajo, con el gorro calado hasta las orejas, ya que mojado como estaba, se me calaba hasta el fondo, pero eso sí, con una sonrisa que me mantenía seco y caliente. Y por cierto, no me he resfriado.   ;)

Después de coger el bus y de regresar hasta el coche, en menos de la mitad de lo que habíamos tardado en subir, me pude al fin cambiar de todo, ponerme séquito e irnos a comer al pueblo, donde un guiso de carne, patatas, zanahoria y guisantes, término de entonarme el cuerpo.

De ahí, decidimos hacer lo mismo que el día anterior, acercarnos hasta el Cañón del Colorado para que mañana pronto levantarnos y poder visitarlo con tiempo.
Lo bueno de haber venido hoy y por la ruta norte que entramos, es que hemos recorrido una parte preciosa de bosques de pinos. Hectáreas y más hectáreas que hacían del paisaje un manto verde dónde un par de veces hemos podido ver algún ciervo pastando.
Además de que a la entrada del parque, una manada de grandes bisontes nos han recibido a ambos lados de la puerta de acceso.

Hemos preguntado a la señora agente de la puerta si había algún hotel o alojamiento por la zona, y ella muy bien uniformada, con su sombrero de ala ancha y traje de guardabosques nos ha dicho que solo hay un hotel dentro del parque. Eso sí, sin antes liarse a voces con una camioneta que se había puesto a tocar el claxon a los bisontes que habían decidido dejar de pastar y meterse dentro del parque interrumpiendo la salida del parque.
Y yo me pregunto que de donde sacan las mujeres americanas esa voz para poder gritar así? Haciendo también alusión a la policía que controlaba el tráfico en San Francisco, en la calle de las curvas.

En fin, que hemos tenido la gran suerte que la única cabaña que quedaba estaba reservada, pero que si en veinte minutos no llegaba, era nuestra.  A los veinte minutos estábamos allí como clavos, ya que si no era para nosotros, tendríamos que salir del parque y buscarnos alojamiento por alguna parte, y eso mínimo serian tres horas más.
Os escribo desde la cabaña por cierto.  Jejejej 

Ahora a dormir,  que mañana nos espera otro bonito día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario